Quienes lideramos estamos acostumbrados a responder, a intentar generar alguna certeza que disponga a nuestros equipos a accionar. Aun cuando queremos plantear pensamientos fuera de la caja, estamos seteados para contestar, o para plantear preguntas que rápidamente nos lleven a respuestas distintas, innovadoras.
Sin dudas, esta es una parte muy valiosa del liderazgo: generar una visión de futuro y trabajar para disponer pasos posibles para alcanzarlo.
Pero ¿qué pasa en momentos de transformación? O mejor dicho ¿cómo empieza una transformación? O ¿cómo hacemos para que las certezas no nos dejen pegoteados en un presente menos dinámico que lo que necesitamos?
Bien. Aquí aparece una herramienta a la vez hermosa y agotadora: la pregunta.
La pregunta no para responder, sino para desarmar certezas, para desarticular esquemas.
Y esto implica habitar la pregunta, abrazarla y volver a preguntar. Aguantarnos de responder. Y cuando la respuesta llega, volver a preguntar.
Y aquí, una vez más, el criterio del líder para saber hasta cuándo y hasta dónde.
Entonces, tal vez sea bueno:
– Empezar haciéndote preguntas. Lo que está sucediendo nunca es lo único que puede suceder. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Por qué no?
– Compartir las preguntas con quienes creas que pueden sumar o que les puede sumar. Con quienes puedan impulsar las líneas que de ahí se desprenden. Y sobre todo con quienes pueden hacer preguntas, cuestionar.
– Transitar la pregunta sin apurar respuestas. Barajar opciones. Dejarlas “trabajar” para volver a revisar.
– Construir algunas respuestas que puedan marcar un camino y a partir de ahí hacer convivir dos espacios: movilizar acciones con esas respuestas; mientras te volvés a preguntar. Las respuestas no son definitivas.
No es necesario volver a empezar cada vez, pero si habitás la certeza dejás de aprender, dejas de cuestionar y por ende de avanzar.